Monday, December 27, 2010

Caracas, Venezuela: "El teatro pobre no se está haciendo"

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Entrevista // Gonzalo Camacho, actor
"El teatro pobre no se está haciendo"


"Para mí el Gobierno lo hace muy mal, porque está castrando al teatro"
El artista asegura que el apoyo gubernamental es necesario, por eso no ve con buenos ojos el retiro de los subsidios a grupos de teatro (Nicola Rocco)

DUBRASKA FALCÓN | EL UNIVERSAL
lunes 27 de septiembre de 2010
Gonzalo Camacho (Bolivia, 1940) lo ha tenido muy claro desde siempre: el teatro que hace no da dinero. Su puesta en escena, esa que llama didáctica, de autor, no le ha dejado ninguna ganancia, al menos monetaria. El obrero del teatro, como asegura llamar su labor, llegó a Venezuela en 1969 y se enamoró de las tablas de este país. Y se quedó no para vivir del teatro, sino para que el teatro viviera de él.

Por eso el aumento del teatro comercial, el despojo del subsidio de algunos grupos de teatro, la censura por parte del Gobierno, y la gratuidad de algunas salas preocupan enormemente a este hombre que ha estado 60 años encima de las tablas.

"Yo hago un tipo de teatro didáctico. Ese no da plata. El dinero hay que buscarlo en la televisión o en el cine, pero yo no vine aquí para eso. Puedo decir que he gastado mucho más en el teatro que lo que he recibido de él. Soy productor independiente, jamás he recibido un solo centavo del Estado. Generalmente con mis producciones salgo con las tablas en la cabeza. Siempre he perdido, o he tenido ganancias mínimas. Pero sigo trabajando... sigo haciendo teatro", asegura con misticismo el artista.

-¿Cómo ve el panorama del teatro que se realiza hoy en Venezuela?
-Estoy muy preocupado. En primer lugar, aquí tuvimos momentos hermosos en el teatro en los años 80 y 90. Pero de los 90 para adelante ha comenzado a decaer. Siempre ha habido dos corrientes: el teatro falsamente llamado comercial y el teatro cultural. No sé hasta qué punto el teatro comercial será bueno. Hay gente de la televisión que está vendiendo su imagen. Y, claro, la gente quiere ver al actorcito.

-¿Eso le hace daño al teatro?
-No. Eso está muy bien. No hay ningún problema. Es la calidad de la obra. Dime los unipersonales, los monólogos. Ahí no hay dramaturgo, no hay nada. Es un teatro banal.

-¿Entonces ahora se busca hacer dinero o hacer teatro?
-¡Hacer dinero! Ese es la idea del teatro comercial. Por ejemplo, el teatro que yo hago no le interesa al Trasnocho. No le interesa a ninguna sala comercial. ¿Por qué? Porque Camacho no da dinero. Camacho no lleva plata a la taquilla. Entonces hay pocos grupos. El Rajatabla, que sigue haciendo buen teatro, y alguno que otro grupo... Pero hay una generación emergente de directores muy buenos como Rufino Dorta.

-¿Por qué cree que el Gobierno nacional ha dejado de apoyar al teatro?
-Cuando llegué a Venezuela me asombró el subsidio. Tenían grandes subsidios. Los grupos no cuidaban sus taquillas, regalaban las entradas. Claro, al levantar el telón ya tenían todo cubierto. No les importaba la taquilla, pues para el próximo montaje tenían otro subsidio. En otras partes no es así. En otras partes le dan la mitad del presupuesto y tienen que cuidarla y buscar el resto. Otra cosa que también veo es que hay plata para todo menos para pagarle a los actores. Te ofrecen un sueldo mínimo y te decían que te iban a pagar con la taquilla.

-¿Se puede vivir del teatro?
-No. ¡O por lo menos yo no! Yo tengo mi pensión, gracias a Dios, y mis clases. ¡No vivo del teatro, el teatro vive de mí! Ayer (el martes pasado) estuve en Unearte, donde hice unas funciones sobre una obra de Simón Rodríguez, en mayo del año pasado. Ahí había hecho El Quijote, eran cuatro funciones, pero una se suspendió porque el presidente (Hugo Chávez) fue a Unearte. Esa vez me pagaron mil bolívares por función. Y ahora por Rodríguez me tocan 600. Pero esta es la hora que no me han pagado. No hay dinero.

-Y al mal pago se le une la ausencia de salas de teatro...
-¡Esto es horrible! Vengo de trabajar en El Túnel, donde está el Grupo Acción, que cumple 30 años. Ahí lo que piden son 10 bolívares de colaboración. Entonces el domingo, en el pote nos encontramos que había monedas, que había un billete de 2 bolívares. Gente que no tenía esos 10, imagínate en el laboratorio Anna Julia Rojas que pide por colaboración 20 y a veces no lo dan.

-¿Qué opinión le merece las salas que se abrieron en los centros comerciales?
-100% comerciales. Y es carísimo. Entradas a 40, 60 y hasta 150. ¡Caramba, es una entrada prohibitiva! Dime, ¿un estudiante de secundaria cómo va a pagar eso? Yo no puedo pagarlo. El teatro pobre casi no se está haciendo.

-¿Entonces sí es necesario el apoyo gubernamental?
-Claro, eso es un hecho mundial. Un porcentaje del ingreso del país se destina a la cultura. Me acuerdo que Carlos Jiménez protestaba mucho porque no llegaba al 1% lo que se le designaba a la cultura. Otro punto importante es la docencia. Están saliendo muy mal preparado los muchachos. Es un aprendizaje totalmente dérmico.

-¿Qué le parece la censura que ha hecho este Gobierno al teatro? Fabiola Colmenárez no pudo actuar en la obra por ser de la oposición. Hace dos semanas la pieza fue sacada del Celarg porque una pronunciar la frase "Gobernador que se duerme se lo lleva la corriente"?
-Siempre digo que el Estado y el arte sí pueden reunirse en una mesa a charlar. Pero el arte y la política, no. Ahí se juega a: "O haces lo que te digo o no te ayudo". Alguien me contó que en el Celarg te piden el libreto antes. ¡Eso no puede ser!

-El ministro Francisco Sesto aseguró que la agrupación Akeké Circo Teatro, que montó , no volvería a pisar las tablas de una institución pública... Impromach
-Y seguro lo cumple. Eso no puede ser. Tiene que aceptar la crítica constructiva de altura, sin ofensa. Pero eso es válido eso viene desde los griegos, en Roma, en la Edad Media, en el Renacimiento. Molière, el médico avaro, crítica hacia los médicos. Eso siempre lo ha habido. Para mí el Gobierno hace muy mal, porque eso es castrar el teatro. Pero no solamente en el teatro. La danza también está sufriendo.

-¿Usted, que hizo teatro durante 60 años, recuerda otros momentos de censura?
-Pero no tan rígida. Antes debías llevar una copia del libreto a la Gobernación, por ejemplo. La dejabas ahí y el día del ensayo general o dos días antes mandaban un censor. Veía la obra por si tenía alguna alteración. A la salida te decía si era censura A, B, C o D.

-¿Por qué un gobierno censura un grupo de teatro?
-Porque no está de acuerdo con su pensamiento. O piensas como yo o te arruinas. Igualito que en Cuba.

Caracas, Venezuela: El Hombre de La Flor en La Boca

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El Hombre de La Flor en La Boca





Obra: "El Hombre de la Flor en la Boca". Guión: Luigui Pirandello. Dirección y Actuación: Gonzalo Camacho. Teatro: Casa del Artista. Sala: Doris Wells.




EL HOMBRE DE LA FLOR EN LA BOCA
EL PARROQUIANO PACÍFICO

Nota. Hacia el final, cuando se indique, asomará dos veces la cabeza, desde la esquina, una sombra de mujer vestida de negro, con un viejo sombrero de plumas lloronas.
Se ven al fondo los árboles de una avenida. Lámparas eléctricas se divisan entre las hojas. A los lados, las últimas casas de una calle que empalma con la avenida. A la izquierda, un mísero café nocturno con veladores en la acera. Delante de la casa de la derecha, una bombilla encendida. En el ángulo de la última casa de la izquierda, que hace esquina con la avenida una farola también encendida.
Es un poco después de medianoche. A intervalos, se oirá lejano el sonido tintineante de una mandolina.
Al levantarse el telón, EL HOMBRE DE LA FLOR EN LA BOCA sentado a uno de los veladores, observa largo rato en silencio al PARROQUIANO PACÍFICO, que, en el velador de al lado, está chupando con la paja un jarabe de menta.


EL HOMBRE DE LA FLOR EN LA BOCA: iAh! Estaba por decirlo; usted es un hombre pacífico... ¿Ha perdido usted el tren?

EL PARROQUIANO PACÍFICO: Por un minuto, ¿sabe? Llego a la estación y me lo veo escapar delante.

HOMBRE: Podía usted haber corrido detrás.

PARROQUIANO: Claro. Es para reírse. Ya lo sé. Si no hubiera sido por el engorro de tantos paquetes, paquetitos y envoltorios... ¡Más cargado que un asno! Pero las mujeres... Empiezan a darle encargos y no acaban nunca. Créame usted: al apearme del coche, tardé tres minutos en colgarme de los dedos los lacitos de todos aquellos paquetes. Dos para cada dedo.

HOMBRE: ¡Debió de ser bonito! ¿Sabe lo que hubiera hecho yo? Dejármelos en el coche.

PARROQUIANO: ¡Ya, ya! ¿Y mi mujer? ¿Y mis hijas? ¿Y todas sus amigas?

HOMBRE: ¡Habrían puesto el grito en el cielo! Y yo me hubiera divertido la mar.

PARROQUIANO: ¡Usted no sabe lo que son las mujeres cuando están de veraneo!

HOMBRE: ¡Claro que lo sé! ¡Precisamente porque lo sé! (Pausa) Todas dicen que no van a necesitar nada.

PARROQUIANO: ¿Sólo eso? Son capaces de decir que van para hacer ahorros. Pero luego, apenas llegan al pueblecito de los alrededores, cuanto más feo, más sucio y más pobre sea, más prisa se dan a embellecerlo poniéndose sus más vistosos adornos. ¡Ah, las mujeres, caballero! Pero, después de todo, esa es su profesión... «¿Por qué no haces una escapadita a ciudad, querido? Es que yo necesitaría esto... o lo otro... Y, ya que vas, si no te molesta -vale un mundo ese «si no te molesta... » -Y ya, de paso, nada te cuesta...» - «Pero, hija mía, ¿cómo quieres que en tres horas haga todos esos encargos?» - «iVamos, calla! Cogiendo un coche...» Y lo peor es que, como vine sólo para tres horas, no me traje la llave de casa.

HOMBRE: ¡Esa es buena! ¿Y por eso...?

PARROQUIANO: Dejé aquella montaña de paquetes en la consigna de la estación; me fui a cenar a una fonda, y luego, para quitarme el mal humor, al teatro. Se asaba uno de calor. A la salida, me digo: «¿Qué hago?: es la una; a las cuatro cojo el primer tren. No vale la pena acostarse.» Y me vine aquí. Este café no cierra, ¿verdad?

HOMBRE: No cierra, no, señor. (Pausa) ¿Así que dejó usted todos aquellos paquetes en la estación?

PARROQUIANO: ¿No estarán seguros allí? Estaban todos bien atados...

HOMBRE: No, no. No lo digo por eso. (Pausa) Ya me imagino que estarán bien atados: con ese arte especial que ponen los jóvenes dependientes para envolver la mercancía vendida... (Pausa) ¡Qué manos! Un buen pliego, grande, de papel doblado, liso... que da gusto verlo; tan fino, que dan ganas de poner en él la cara para sentir su caricia... Lo extienden sobre el mostrador; luego, con garbo y desenvoltura, colocan encima, en medio, la tela, bien dobladita. Levantan primero, con el dorso de la mano, un borde; luego, encima, doblan el otro, y hacen todavía otra pequeña doblez, con gracia; una doblez más, por amor al arte; luego doblan a los lados, en forma de triángulo, y vuelven para abajo las dos puntas; alargan la mano a la cajita del bramante; de un tirón, desenrollan el trozo necesario, para atar el paquete; y lo atan tan de prisa, que ni siquiera ha tenido uno tiempo de admirar aquella habilidad, cuando le presentan el paquetito con la lazada dispuesta para colgarla de un dedo.

PARROQUIANO: Se ve que ha prestado usted mucha atención a los jóvenes dependientes.

HOMBRE: ¿Yo? Caballero: me he pasado jornadas enteras observándolos. Soy capaz de estarme una hora mirando una tienda a través del escaparate. Allí se me vida todo. Me parece ser... quisiera realmente ser aquella tela de seda... aquel bordado, aquella cinta roja azul celeste que los jóvenes de la mercería han medido con el metro, y luego... ¿ha visto cómo hacen?: la recogen formando un ocho alrededor del pulgar y el meñique de la mano izquierda, antes de envolverla. (Pausa) Miro al cliente o a la cliente que salen de la tienda con el paquete colgado de un dedo, o en la mano, bajo el brazo ... Los sigo con la mirada hasta que se pierden de vista... imaginándome... ¡ah! ¡cuántas cosas imagino! No puede usted hacerse una idea. (Pausa. Luego, taciturno, como hablando consigo mismo) Pero me sirve. Me sirve esto.

PARROQUIANO: ¿Le sirve? ¿El qué... ? Y perdone...

HOMBRE: Agarrarme así, con la imaginación... A la vida. Como una enredadera a los barrotes de una reja (Pausa) ¡Ah! No dar un momento de reposo a la imaginación: adherirse... adherirse con ella a la vida de los demás... pero no de la gente que conozco. No, no. ¡A esa no podría! Siento un fastidio, ¡si usted supiera! Verdadera náusea. ¡A la vida de los extraños,
en torno a los cuales mi imaginación puede trabajar libremente; pero no a capricho, sino más bien teniendo en cuenta las menores apariencias descubiertas; en éste o en aquél! ¡Y si supiera usted cómo trabajo, y hasta dónde consigo penetrar! Veo la casa de éste o del otro; vivo en ella; me siento allí como en la mía, hasta percibir... ese aliento particular que tiene cada casa: la de usted, la mía. Pero en la nuestra... nosotros ya no lo notamos, porque es el mismo aliento de nuestra vida. ¿Me explico? ¡Ah! Veo que usted dice que sí...

PARROQUIANO: Sí, porque... Digo que debe ser un gran placer el que usted siente imaginando tantas cosas...

HOMBRE: (Con fastidio, después de haber pensado un poco) ¿Placer? ¿Yo?

PARROQUIANO: Claro... Me figuro...

HOMBRE: Dígame: ¿ha estado alguna vez en la consulta de algún buen médico?

PARROQUIANO: No. ¿Por qué? ¡Gozo de perfecta salud!

HOMBRE: ¡No se alarme! Se lo pregunto, por saber si ha visto usted alguna vez en casa de esos médicos famosos, la sala donde los clientes esperan su turno para ser examinados.

PARROQUIANO: ¡Ah, sí! Una vez tuve que acompañar a una hija mía que padecía de los nervios.

HOMBRE: Bien. No quiero enterarme. Digo, aquellas salas... (Pausa) ¿Se ha fijado en ellas? Divanes oscuros, anticuados... Aquellas sillas con tela acolchada, que a veces no hacen juego... aquellos silloncitos... Es mercancía comprada de ocasión, de segunda mano puesta allí para los clientes; no pertenecen a la casa. El señor doctor tiene para él, para las amigas de su mujer, un salón muy diferente: rico, hermoso. ¡Quién sabe cómo gritaría cualquier silla, cualquier butaquilla de aquel salón, si la trajeran a la sala de espera de clientes, donde bastan esos otros muebles... decentes, sobrios! Me gustaría saber si usted, cuando fue con su hija, observó atentamente los sillones y sillas donde estuvieron sentados, esperando.

PARROQUIANO: Pues... yo... la verdad, no...

HOMBRE: Claro. Porque no estaba enfermo. (Pausa) Pero, muchas veces, ni siquiera los enfermos se fijan, preocupados como están con su enfermedad. (Pausa) Y sin embargo... ¡cuántas veces están allí algunos mirándose el dedo que hace signos sin sentido sobre el brazo lustroso del sillón en donde están sentados! Están pensando y no ven. (Pausa) Pero, al atravesar la sala, cuando se sale de la consulta, ¡qué efecto hace volver a ver la silla, en la cual estuvimos sentados poco antes, en espera de la sentencia sobre nuestra enfermedad, que todavía desconocíamos! ¡Encontrarla ocupada por otro cliente, que también está enfermo y no sabe de qué; o allí, vacía, impasible, esperando a que otro cliente venga a ocuparla...! (Pausa) Pero ¿qué decíamos? ¡Ah, ya! El placer de la imaginación... ¡Quién sabe por qué me habré acordado de pronto de una de esas sillas de la sala de casa del médico, donde los enfermos esperan la hora de la consulta!

PARROQUIANO: Ya... Verdaderamente...

HOMBRE: ¿No ve usted la relación? Ni yo tampoco. (Pausa) Pero es que ciertas asociaciones de imágenes lejanas entre sí, son tan particulares en cada uno de nosotros, y determinadas por razones y experiencias tan singulares... que no podríamos entendernos unos a otros, si, al hablar, no las suprimiéramos. Nada más ilógico, a veces, que esa analogía. (Pausa) Pero, mire usted: la relación, quizá pueda ser ésta: Sienten placer aquellas sillas, imaginándose quién será el cliente que viene a sentarse en ellas, en espera de consulta, qué enfermedad llevará dentro, adónde irá, qué hará después de la consulta? Ningún placer. Pues eso me pasa a mí: ¡ninguno! Las sillas están allí sólo para servir de asiento a tantos clientes como lleguen. Pues algo así es mi ocupación. Tan pronto me ocupo de una cosa como de otra. En este momento me ocupo de usted, y, créame, no experimento ningún placer por el tren que ha perdido, por la familia que le espera donde veranea, por todo el fastidio que puedo suponer en usted.

PARROQUIANO: ¡Y tanto! ¿Sabe?

HOMBRE: Dé usted gracias a Dios, si sólo es fastidio. (Pausa) Hay cosas peores, caballero. (Pausa) Yo le digo que necesito agarrarme con la imaginación a la vida de los demás; pero así, sin placer, sin interesarme siquiera... Más bien... para sentir un fastidio para juzgarla tonta y vana, la vida, de manera que a ninguno pueda importarle acabar. (Taciturno, con rabia) Y esto es fácil de demostrar, ¿sabe?, con pruebas y ejemplos continuos, en nosotros mismos, implacablemente. Porque, caballero, el deseo de vivir no sabemos de qué está hecho; pero..., ahí está, ahí está; lo sentimos todos aquí, como una angustia en la garganta; y no se satisface nunca; no puede satisfacer nunca, porque la vida, en el mismo acto en que la vivimos, es siempre tan voraz de sí misma, que no se deja saborear. El sabor está en el pasado que nos queda vivo dentro. El deseo de vivir nos viene de eso: de los recuerdos, que nos tienen atados. Pero, ¿atados a qué?: a esta tontería..., a este disgusto..., a tantas ilusiones estúpidas..., ocupaciones insulsas... Sí, sí. Esto que ahora, aquí, es una tontería; esto que ahora, aquí, es un aburrimiento; y llego hasta a decir: esto que ahora parece una desventura, una verdadera desventura... sí, señor..., a la distancia de cuatro, cinco, diez años, ¡quién sabe qué sabor adquirirá..., qué gusto tendrán las lágrimas de ahora! Y la vida, ¡Dios mío!, al solo pensamiento de perderla..., especialmente cuando se sabe que es cuestión de días... (En este momento por la esquina de la izquierda, asoma la cabeza, para espiar, la mujer vestida de negro) ¡Mire...! ¿Ve usted allí? Allí, en aquella esquina.... ¿ve usted aquella sombra de mujer? ¡Mire! ¡Ya se escondió!

PARROQUIANO: ¿Cómo? ¿Quién..., quién era?

HOMBRE: ¿No la ha visto? Se ha escondido.

PARROQUIANO: ¿Una mujer?

HOMBRE: Mi mujer, sí.

PARROQUIANO: ¡Ah! ¿Su señora?

HOMBRE: (Después de una pausa) Me vigila desde lejos. Iría a echarla de allí a patadas; pero sería inútil. Es como uno de esos perros perdidos, obstinados, que, cuanto más patadas se les da, más se nos pegan a los talones. (Pausa) Lo que esa mujer está sufriendo por mí..., usted no puede imaginárselo. Ya ni come, ni duerme. Viene siempre detrás de mí, día y noche, así, a distancia. Y..., si al menos se preocupara de cepillarse ese andrajo que lleva en la cabeza, ese vestido... Ya no parece una mujer; parece el trapo de limpiar. Se le han empolvado para siempre los cabellos, aquí, en las sienes; y apenas si tiene treinta y cuatro años. (Pausa) Me da una rabia, que no puede usted figurárselo. A veces la cojo por los hombros y le grito en la cara: «¡Estúpida!», zarandeándola. Se aguanta con todo. Se queda allí, mirándome, con unos ojos... Con unos ojos que, se lo juro, me hacen venir a los dedos un deseo salvaje de ahogarla. Nada. Espera a que me aleje para ponerse otra vez a seguirme a distancia. (La mujer se asoma de nuevo) ¡Mire! ¡Otra vez asoma la cabeza en la esquina!

PARROQUIANO: ¡Pobre señora!

HOMBRE: ¡Qué pobre señora! Ella querría, ¿comprende?, que yo me estuviera quieto en casa, tranquilo, acurrucado en medio de todos sus amorosos y apasionados cuidados; gozando del orden perfecto que reina en todas las habitaciones, de la lindeza de todos los muebles; de aquel silencio de espejo que había antes en mi casa, medido por el tictac del reloj de péndulo del comedor. ¡Eso querría ella! Ahora, yo le pregunto a usted, para hacerle comprender lo absurdo..., ¡qué digo, absurdo...! la macabra ferocidad de esa pretensión; le pregunto si cree posible que las casas de Avezzano, las casas de Messina, sabiendo que un terremoto iba a destrozarlas dentro de poco, habrían podido estarse allí tranquilamente, a la luz de la luna, ordenadas fila a lo largo de calles y plazas, obedientes al plano regulador de la comisión edilicia municipal. ¡Hasta las casas de piedras y vigas se habrían escapado! ¿Se imagina usted a los ciudadanos de Avezzano, a los de Messina, desnudándose tranquilamente para acostarse, doblando sus ropas, colocando los zapatos a la puerta de la habitación, tapándose bajo las mantas y gozando la suavidad de las sábanas bordadas, sabiendo que dentro de unas horas estarían todos muertos? ¿Le parece posible?

PARROQUIANO: Pero..., ¿acaso su señora...?

HOMBRE: ¡Déjeme hablar! Si la muerte, señor fuera como uno de esos insectos extraños, repugnantes, que a veces descubre uno encima de sí... Va usted por la calle; un transeúnte lo para de improviso, y, con cautela, con los dedos extendidos, le dice: «¿Me permite, caballero? Lleva usted la muerte encima.» Y, con aquellos dos dedos extendidos, la pilla y la arroja... ¡Sería magnífico! Pero la muerte no es como esos insectos repugnantes. ¡Cuántos que están paseándose, tan alegres y confiados, quizá la llevan encima! Nadie la ve; y ellos están tranquilamente haciendo proyectos para mañana o pasado mañana. Ahora, yo ... (Se levanta) ¡Mire, caballero!, venga usted aquí ... (Lo hace levantarse y lo lleva junto a la farola encendida), aquí, junto a esta luz..., venga... Voy a enseñarle una cosa... Mire aquí, debajo de mi bigote... ¿Ve usted esta acerola violácea? ¿Sabe cómo se llama esto? ¡Ah! Tiene un nombre dulcísimo..., más dulce que un caramelo: epitelioma, se llama. Pronuncie la palabra, y sentirá su dulzura: epitelioma...; la muerte, ¿comprende?, ha pasado. Me ha puesto esta flor en la boca, y me ha dicho: «Tenla, querido: volveré a pasar dentro de ocho o diez meses.» (Pausa) Ahora, dígame usted si con esta flor en la boca, puedo estarme en casa tranquilo y quieto, como quisiera aquella desgraciada. (Pausa) Le grito: «¿Ah, sí? ¿Quieres que te dé un beso?» «¡Sí, bésame!» Pero, ¿no sabe usted lo que hizo la semana pasada? Con un alfiler se arañó aquí, en el labio; luego me agarró la cabeza y quería besarme... besarme en la boca.... porque dice que quiere morirse conmigo. (Pausa) Está loca. (Luego, con ira) ¡Yo no me estoy en casa! ¡Quiero estar detrás de los escaparates de las tiendas, yo, para admirar la habilidad de los dependientes! Porque..., usted comprenderá..., si en un momento siento el vacío dentro de mí... Puedo también matar, como el que no hace nada, toda la vida de uno que no conozco...; sacar el revólver y matar a uno que, como usted, haya tenido la desgracia perder el tren... (Se ríe) No, no; no tenga miedo caballero: ¡es una broma! (Pausa) Me voy. (Pausa) Me mataré yo, si acaso... (Pausa) Pero..., ¡en esta época hay unos albaricoques tan ricos...! ¿Cómo los come usted? Con toda la boca, ¿verdad? Se abren por la mitad; se oprimen con los dedos..., como labios jugosos..., ¡ah, qué delicia! (Se ríe. Pausa) Mis respetos a su distinguida esposa y a sus hijas, que están de veraneo. (Pausa) Me las imagino vestidas de blanco o de azul celeste, en un hermoso prado, a la sombra... (Pausa) Y mañana, al llegar, me hará usted un pequeño favor: me figuro que el pueblo estará cerquita de la estación; al amanecer, puede usted hacer el caminito a pie. La primera mata de hierba que vea usted en el borde... Cuente usted por mí los tallos que tiene. Tantos tallos tenga.... tantos días me quedan de vida. (Pausa) Pero elija usted una mata muy espesa, por favor. (Se ríe; luego:) Buenas noches caballero. (Y se va canturreando, con la boca cerrada, el motivo de la «Mandolina lejana», hacia la esquina de la derecha; pero luego se acuerda de que la mujer está allí esperándolo; se vuelve y va hacia la otra esquina, mientras el PARROQUIANO PACÍFICO, casi desmayado, lo sigue con la mirada)

TELÓN

[Traducción de Idelfonso Grande, Miguel Bosch Barret para Plaza Janés]

Caracas, Venezuela: Clase Abierta con Gonzalo Camacho en UNEARTE

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Clase Abierta con Gonzalo Camacho en UNEARTE
abril 15th, 2010 by admin
Prensa UNEARTE/ Teresa Quilez
Una serie de ejercicios, el teclado y algunas notas ilustrarán la charla didáctica de éste maestro, la cual gira en torno a la voz y al cuerpo como herramientas principales del trabajo en escena


Caracas, abril 2010. Emociones, recuerdos, la experiencia acumulada de una trayectoria teatral y una clase abierta sobre “Voz y cuerpo: principales herramientas del actor” traducen el propósito de la amena charla que sostendrá el maestro Gonzalo Camacho con estudiantes y público interesado en el marco del ciclo “Diálogos”, que adelanta la Universidad Nacional Experimental de las Artes, sede Plaza Morelos, Sala Horacio Peterson, el próximo martes 20 a las 5:00 pm.
“Voz y cuerpo: principales herramientas del actor”, conforma el contenido de un taller que Camacho ha venido dictando en varios espacios e instituciones regionales como capitalinas, y en su casa, en donde el maestro explicó tiene una duración de 40 horas, una vez a la semana.
Este hombre emblemático en la historia del teatro, multifacético en varios géneros que van desde la zarzuela hasta el monólogo, indicó que el taller “desarrolla el sentido rítmico, el sentido melódico, el solfeo y la vocalización con el objetivo de agrandar y embellecer la voz”. En ese sentido, y aludiendo al papel de la voz agregó que ésta gana matices con las canciones, algo que suele decirle a sus alumnos “¿ustedes no han escuchado hablar a los cantantes? son melódicos, hablan bonito”.
Por otra parte, el cuerpo, sus sensaciones, emociones, estados de ánimo y su manera de manejarlo es la otra herramienta fundamental del actor, importancia que es transmitida y trabajada en este taller a través de conocimientos inmersos primeramente en danza butoh, la combinación exótica de movimientos japoneses y brasileros de la butoh-capoeria y en el metrónomo.
A su juicio, tanto la voz como el cuerpo deben trabajar articuladamente: “La rigidez corporal produce inconscientemente rigidez en la voz. El gran problema es el divorcio entre estas dos instancias. La voz debe estar absolutamente engranada con el cuerpo. Hay muchos actores que dicen el texto de la laringe para arriba y esto se nota”.
Oriundo de Bolivia, toda la fuerza de este hombre consagrado al teatro vive en cada anécdota y en cada historia: “A los 11 años debuté en el teatro”…”Llegué a Venezuela por unos días y me enamoré de Caracas…comencé a dar clases en 1969, en el colegio La Salle, allí fundé el Teatro Experimental La Salle. Para ganarme la vida también fui pintor de brocha gorda, ayudante de albañilería, y el trabajo que más me gustaba era los sábados y domingos como jardinero en el Country Club, gozaba un mundo”; “hice estudios de teatro en el Conservatorio de Buenos Aires, entré en segundo año porque ya tenía experiencia”; “Cuando trabajé en la zarzuela no era barítono, no era tenor, no era bajo sino era los tres porque yo desarrollé los tres registros: el medio, el alto y el bajo”.
Ama cada personaje que ha encarnado desde sus inicios escénicos hasta ahora y habla de ellos refiriéndose en particular a uno de los primeros: “Trabajé como payaso alambrista, era Chiripita, tocaba el clarinete en la cuerda floja…” entonces deja escapar emocionado un: “Tátara tata tataritata“.
Admira el trabajo de grandes directores y actores, quienes opina tienen que hacer méritos con su ética y mística para que se ganen el título de hijos adoptivos: “tengo algunos y algunas”. Refiere a Román Chalbaud entre ellos, igualmente menciona a las últimas producciones en donde participará “Patas Arriba” de Alejandro Biderman, co producción de Colombia, Venezuela y Brasil que será estrenada en diciembre de este año y una película que se titula “El Manzano Azul” de Olegario Barrera, que empezará a rodar en el estado Mérida, en los Páramos, en el mes de junio.

Caracas, Venezuela: Simon Rodriguez "El Eterno Caminante"

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SIMÓN RODRÍGUEZ “EL ETERNO CAMINANTE”
PRENSA/UNEARTE
Caracas, mayo.- La Universidad Nacional Experimental de las Artes, Plaza Morelos, presenta el 17 y 18 de mayo la propuesta teatral “Simón Rodríguez, El eterno caminante”, basado en textos de Juan Calzadilla Arreaza, Luis Manuel Peñalver y Adolfo Romero Luengo, con adaptación y puesta en escena del maestro Gonzalo J. Camacho, la cita es en la Sala de Conciertos a las 4:00 pm. Entrada libre.
El maestro Camacho manifestó que este trabajo es un diálogo audiovisual que está basado en la vida de Simón Rodríguez, “del ilustre venezolano, maestro de maestros, ejemplo para todos los docentes que nacen y mueren enseñando. Un trabajo dedicado para todos los niños y jóvenes por su alto contenido didáctico. Es una entrevista que no pretende ser una obra de teatro, sino un diálogo”, acotó.
Al arribar a los 50 años de docencia teatral, este hombre de las tablas venezolanas, tuvo la iniciativa de hacerle un homenaje a este personaje de la historia venezolana, Simón Rodríguez, el eterno caminante, trabajo con el que espera captar la atención de un público muy joven que está ávido de información y buenos relatos. Un montaje enmarcado en sus lineamientos teatrales, que no es otro que ofrecer “espectáculos didácticos y de arte”, en esta oportunidad junto a una novel y talentosa actriz Rona Olivares.
Por su parte, Olivares expresó: “El eterno caminante es una obra que dejará mucho en niños y jóvenes sobre la enseñanza de conocer la vida y obra de grandes próceres y personalidades de nuestra historia. Como lo fuera el gran maestro Simón Rodríguez, que será interpretado por el también maestro y primer actor Gonzalo J. Camacho, con la ayuda de mi persona, la estudiante que representa a todos los estudiantes de la historia”.

Caracas, Venezuela: Gonzalo J. Camacho bautizando su libro junto a sus hijas.

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abril 12th, 2010 by admin
Gonzalo J. Camacho bautizando su libro junto a sus hijas.
PRENSA/UNEARTE
Caracas, abril.- En un acto muy emotivo, el maestro de las tablas, Gonzalo J. Camacho, celebró por todo lo alto sus 50 años de labor ininterrumpida en la formación de grandes valores de la actuación latinoamericana, en especial Venezuela, donde está radicado desde 1969; además el festejo fue doble, porque al medio siglo que tiene dedicado a la docencia, el actor cumplió – ese mismo día – 70 años de vida.
El encuentro se llevó a cabo en la Sala de Conciertos de la Universidad Nacional Experimental de las Artes, Plaza Morelos, el miércoles 7 de abril, a las 11:00 am. Las primeras palabras fueron de Luis Silva, quien elogió al pequeño, pero imponente hombre de los escenarios venezolanos. Luego le tocó el turno al consagrado dramaturgo, y también profesor venezolano, José Gabriel Núñez, quien con sus palabras hizo reír y rememorar actuaciones inolvidables del inquieto actor, nacido en Bolivia en 1940.
“Inolvidable amigo Gonzalo J. Camacho, todo los que te conocemos sabemos quién eres, y el incansable trabajador que has sido en el teatro; es difícil para nosotros hablar de la profundidad de todas tus facetas (…) una persona indispensable en la docencia teatral venezolana. Este es un homenaje de gratitud y reconocimiento por tu trayectoria”, fueron algunas de las palabras que ofreció Núñez, quien antes de retirarse le dio las gracias por ser su amigo, “es una gran emoción y agradecimiento a tu persona”, agregó.
El tercero en tomar la palabra fue uno de sus discípulos, ahora uno de sus grandes amigos, Mauricio Bravo, quien recordó el Teatro Experimental de La Salle, “para mi es un orgullo hablar de esa época, eso fue por el año 71, cuando llegó con un teatro experimental ante un grupo de jóvenes que estaban ansiosos de actuar, de poder ser otra persona”, y aunque no pudo actuar en ese momento, sino siente años después, enfatizó que fue aprendiendo de él su disciplina y obediencia.
Camacho aprovechó el momento para decir al público “De aquí pa´ lante, hasta que la mente y el cuerpo se achaten”, expresó el hombre de las tablas antes de bautizar el libro conmemorativo “Al Maestro con Cariño”, momento donde los pétalos de rosas cubrieron el texto para resaltar el insigne trabajo de este personaje del teatro venezolano, quien con orgullo estuvo acompañado por sus dos hijas Blanca y Claudia Camacho.

Foto de Mayling Peña